Se han abierto las puertas del 2014 desde hace unos días y con ellas la oportunidad simbólica de ponernos nuevos (o viejos) propósitos.
Estos propósitos pueden ser distintos, desde los más ambiciosos, como volver a estudiar para buscar nuevos horizontes laborales, aprender un idioma nuevo, mejorar como profesional para hacer crecer tu empresa, o bien pueden ser más simples (aparentemente), como ir al gimnasio de manera frecuente o perder peso.
Sea como sea, todos estos propósitos tienen un denominador común: el cambio.
Si cogemos como ejemplo el propósito de perder peso te preguntaría: ¿qué es el lo que te motiva a perderlo? I desde aquí podrían surgir múltiples respuestas en función de la persona. Quizás una lo conectaría con la salud, la otra con la estética u otra con la seguridad en sí misma. Cada una de estas posibles respuestas abre una puerta mucho más potente que el simple hecho de “perder peso” y te conducirá a que el objetivo sea estimulante, uno de los motores para comprometerte de verdad con su logro.
El problema es que, a menudo, por uno mismo no es tan sencillo llegar al objetivo y el hecho de no creernos realmente capaces de lograrlo nos conduce a abandonar el camino y fracasar. Y es aquí donde la figura del coach es clave durante todo el proceso, desde la definición de nuestros objetivos, al apoyo en la acción y aprendizaje que necesitamos mientras estemos recorriendo este camino.
El coach es aquella figura que te proporciona las herramientas necesarias para aprender a sacar lo mejor de ti mismo, te hace de espejo de lo que eres capaz y te facilita el camino hacia el cambio, dándote la mano durante todo el trayecto. Es el profesional que se complementa contigo para darte ese empujón que a veces necesitas.